
Siento la forma esférica del pomo en la palma de la mano derecha. Es agradable. Una simbiosis perfecta entre la esfera y la mano; bien podría disfrutar de esta sensación un buen rato. Estos pensamientos no son más que distracciones ¿No te das cuenta? Abro la puerta con un gesto firme y seco y entro sin voluntad. No soy yo, soy el que me observa mientras abro y entro, es el único modo que conozco de vencer la cobardía. Cinco peldaños de bajada conducen a un espacio elíptico. Camino hacia adelante sin titubeos, con la vista al frente. A mi alrededor, ochocientas noventa y tres locas parecen no percatarse de mi irrupción entre ellas. Me envuelve una masa caótica de gestos crispados, cabezas retorcidas, posturas imposibles, miradas vueltas del revés... ¡No les mires a los ojos, joder, mira la puerta! Enfrente está la puerta de salida. Me falta una eternidad para llegar a esos escalones y me parece que estoy empezando a entrar en pánico. No seas cobarde ¡no pares de caminar! Unas guedejas ásperas me golpean la cara y tras ellas, un rostro exhibe ante mi un gesto indescifrable a la vez que me clava su mirada vuelta del revés. No me ve, lo sé. Un latido cargado de adrenalina ha conseguido que apure el paso, la respiración y el pánico. Si permanezco mucho más tiempo aquí, se me crisparán los brazos, se me retorcerá el cuerpo y perderé la mirada para siempre.... ¡para siempre! Qué dolor en el pecho, el corazón me late tan fuerte que me hace daño. Me siento tan alerta que podría perder los nervios de un momento a... No, no, no. Piensa en otra cosa. Ya falta poco. Sólo un tercio más de camino hasta el primer escalón. Aguanta. Sólo un tercio. No mires alrededor. ¡No pierdas de vista esa puerta! Joder, no me había dado cuenta del silencio que hay aquí. No se oye nada más que el sonido de mis pasos. Ochocientas noventa y tres locas no paran de moverse y no se oye nada... no es posible... Tengo ganas de llorar, de gritar, estoy a punto de derrumbarme... no podré... no... Un escalón, ¡sí, sí!... dos, tres, cuatro. Miro hacia atrás. ¡No estúpido, abre la maldita puerta ahora! ¿En qué demonios estás pensando? Esos... esos gestos son imposibles de mantener así, estáticos... esas posturas desafían la gravedad... silencio absoluto... ni un sólo movimiento. Las ochocientas noventa y tres locas se han detenido bruscamente, como si alguien le hubiese dado al “pause”. Pero hay una diferencia. Mil setecientos ochenta y seis ojos se dirigen hacia mi, me observan. Hieráticos. Mudos. Tengo ochocientas noventa y tres miradas vueltas del revés clavadas sobre mi. ¿Ese chillido histérico que acabo de oír ha salido de mi garganta? Nunca me hubiese creído capaz de pronunciar semejante sonido. Siento la forma esférica del pomo en la palma de mi mano derecha. Es agradable... bien podría disfrutar de esta sensación un buen rato. Pero estos pensamientos no me van a disuadir ahora. Me observo a mi mismo para vencer la cobardía. Abro la puerta con un gesto firme, seco y entro, sin voluntad...